martes, 2 de agosto de 2011

Cielito lindo


No sé si le pase a todos, pero cuando me subo en un aeroplano me pongo laaacio, laaacio… Se me escurre el valor porque me acuerdo de un sueño impresionante que tuve -del que no hablaré sin alcohol de por medio- en el que cosas malas sucedían durante el vuelo.
Desde aquella noche, cada vez que tengo que treparme a un Airbus, Focker o Embraer, me pongo como si me hubiera agarrado el alcoholímetro; experimento “la temblorina”  y necesito que me soben las piernas con Bengué.
La solución llegó a mí de manera natural: Me concentré en las nubes y sus formas; en sus redondeces y voluptuosidades, en sus texturas lisas o aborregadas. Conste que sigo hablando de nubes.
Esta imagen fue posible gracias a que la sobrecargo en turno cooperó, es decir, me dio chance de dejar mi celular en “Modo viaje”, entonces me porté como todo nerd tecnologizado y saqué todas las fotos que me permitió la batería. Ésta en especial es linda para mí; muestra un techo nebuloso planchado por encima de unos cirros contrastantes. Al fondo, la luz del sol en punto de fuga, que allá abajo se vería como la hora cero en la que los focos no ayudan, pero la oscuridad está a cinco minutos de caer.
Cuando la grabación a bordo nos urgió a “levantar la mesita de servicio y poner en posición vertical el asiento”, yo me terminaba mi segundo whisky. Estaba más lacio que antes, más contemplativo. El aterrizaje fue agradable para mí a pesar de que caímos en una llanta y que la señora de atrás aplaudió; nada podía borrar de mi reflexión la belleza de esas nubes. Las de la foto.
Tocar tierra siempre es fortificante; ahora entiendo al Papa cuando besa el suelo.

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