Hay calles cuyas heridas cierran, pero no cicatrizan fácilmente. Me imagino que 20 de Noviembre, la avenida que pasa frente a Palacio Nacional, todavía tiene una rajada enorme provocada por la Decena Trágica y que lo que vemos en Reforma no son hoyos de cableado, sino la marca que dejó “a flor de pavimento” el sismo de 1985.
En fin, que en la imagen podemos apreciar el grave daño que sufrió esta calle de las inmediaciones de Coyoacán. Se le detectó hace muchos años un árbol, que es una especie de tumor benigno en este contexto, y fueron varias las cirugías estéticas que se le realizaron, sin embargo, el tumor permanece. Dejó huella.
De la misma forma en la que nos acostumbramos a las heridas en el rostro de la gente o que nos olvidamos de los accidentes epidérmicos en la mano que siempre tomamos de nuestra pareja, los paseantes han obviado la visible deformación a ras de suelo. Quizá ya no es posible imaginar una caminata por el barrio sin tener que esquivar el levantamiento agrietado, como no sería lo mismo ver de frente a Seal o a Joaquin Phoenix sin sus distintivos faciales.
Los seres humanos cargamos con traumas, dolores, rencores y amarguras; todas ellas cicatrices queloides del alma. Las calles también, las llevan sobre el asfalto.