Fotos de este monumento icónico nacional tengo muchas, cerca de 50, pero nunca había reparado en la ironía que se mira desde este ángulo: El Ángel de la Independencia rebasado, minimizado, sobajado por el edificio de Hong-Kong Shangai Banking Corporation (HSBC, título mundano), razón social que no suena a tolteca precisamente.
Voltié –sí, yo no volteo- alrededor y solté un “Chiales” desde el fondo de mi patriótico corazón, pues lo que rodea a nuestro angelito es el corporativo de American Express, el hotel Sheraton, dos Starbucks, un Sanborns y 373 negocios de coreanos y chinos. Suspiro.
En las bancas circundantes, la gente usa sus blackberries y iPhones, viste Levi’s, GAP, Abercrombie (Andoencombi), Náutica, Hilfiger (Tomy Hisfinger). Escuchan a Beyoncé, calzan Dorothy Gaynor o Price Shoes, comen en Subway y Carl’s Jr.; despotrican contra políticos como Carstens, Creel, Bours, Blake y Ferrari… ¿Alguien me convidaría un tamal o un taco de cecina de Yecapixtla?
No es xenofobia ni patrioterismo barato lo que me mueve, sino la reflexión con relación al mosaico cultural y económico que somos. Perdón, el mosaico tiene orden y esquema, es más bien un collage silvestre.
Ah, y la obra escultórica es de un italiano de apellido Alciati.
Muy indignado, dejé el lugar y me dirigí a Estarbocs, pedí un Caramel Machiatto Venti Mocca y enfilé a la parrilla argentina para ver el Manchester United- Barcelona. Quería olvidar.