Al circular por la carretera, podemos ignorar la centena de tráilers que nos rebasan a 380 km/h; también nos son indiferentes los 65 Tsurus II blancos. Sólo notamos dos vehículos: Un Porsche –aunque sea verde perico-, y un camión de cerdos; el buqué es inconfundible.
Si reencarno en cerdo, lo primero que recordaré será el derecho que tengo a soltar mis gasificaciones sin pudor ni censura, ¿quién se va a poner exquisito? “Entre marranos no hay pedo”, bueno, los hay, pero nadie se sulfura. Imaginaré que sigo siendo hombre y que estoy con mis amigos viendo el futbol.
No me quise clavar en la suerte que seguirían los chanchos al llegar al rastro, no es lindo; pensé mejor en lo regocijante que sería revolcarse en lodo –también algunas damiselas lo hacen en shows y hasta les pagan-, comer sin medida y sin pensar en los demás de mi especie –esto lo hacen algunos diputados- y rondar por ahí, orgulloso de mi tremenda peste. Curioso, lo mismo he visto entre humanos en el Metro.
En fin, que encuentro impresionantes similitudes entre nosotros y ellos, pero la más notoria sigue siendo que, ni machos frente al clásico América-Chivas ni puercos en su traslado, dirán “¿Quién fue el marrano…?” cuando un hedor extraño enturbie el aire.
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