A eso de las 22:30 de un viernes, los pasillos en el Tec de Monterrey campus Ciudad de México comienzan a transformarse. Es como si los dioses los fotochopearan para dotarlos de una personalidad menos seria y protocolaria más parecida a secuencia de Dark City o de Matrix, según se prefiera.
El día que tomé esta foto traía en mi organismo varios paracetamoles, un Bufferin y dos aspirinas –estaba enfermo, todavía no soy tan atascado-, por eso comencé a sentirme groovy y neoyeyé, “Uuuyyy, esto está bien locoote”, creo haber dicho para mis adentros. Me imaginé caminando en la litografía “Relatividad”, de M.C. Escher, y una sabrosona sensación de ingravidez me colmó; fue como desprenderme de la parte racional de mi arquitectura mental para dejar que la “ilógica” se hiciera cargo de mi vida por unos instantes.
¿A quién no le gustaría pasearse un rato por las mentes raras de artistas como el mencionado, insertarse en un cuadro de Chagall, El Bosco, Tamara de Lempicka o Dalí? Sería un gran viaje que no exigiría estimulantes, enervantes, alucinógenos ni clembuterol.
Ya a medianoche se disipó el efecto de la farmacia que traía cargando y entonces sí sufrí: Me encontré en mi cama viendo “Sábado Gigante” con Don Francisco y comiendo galletas con leche.
¿No sería posible regresar al pasillo un ratito más? Prometo no divagar.
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