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Todos los animales, insectos y cosas vivas me caen bien nomás por serlo; está en mi naturaleza, por eso me repatea el comportamiento de algunos dueños.
El “amo” de este perro se luce en la calle con su ejemplar canino, lo pasea para hacerlo encajar en su estilo de vida, pero… ¿no es mejor que se compre un reloj caro, un auto trendy o un loft en barrio lindo? ¿Qué necesidad había de adiestrar a una mascota para que la gente diga “Uy, qué buen tipo: No nada más tiene un perro ‘bien’, sino que lo hace obediente”?
El pobre Leónidas –pónganle el nombre que quieran- esperó quietito a la entrada de Reforma 222 hasta que su petulante dueño salió del cine, hizo shopping y se reventó un helado de yogurt dietético. El perrillo imaginaba un par de caricias en el camino de regreso a casa antes de ser aventado, como todos los días, al balconcito de dos metros cuadrados. En ese espacio tendrá que defecar, correr, dormir, ladrar, cuidar y esperar pacientemente a que llegue su patrón de la chamba para que le aviente su bandeja de 300 gramos de croquetas gurmetosas.
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