Acá mi compadre se puso una borrachera de plomero en viernes –o de universitario a cualquier hora- y no se preocupó por dejar un letrerito de “No molestar”. Esto es un grave error si la noche de excesos sucede un viernes y el sábado hay ensayo de la banda militar de la escuela aledaña. Especialmente si uno planea dormir en la plancha del Monumento a la Revolución.
Recuerdo una de mis primeras crudas: Mi tía Chayo (nombre ficticio para proteger la identidad de mi querida tía) llegó, pasadas las nueve de la madrugada al grito de “Niiñooos, ya lleguéé…”. Sus palabras sonaron en mi cabeza como si yo estuviera debajo de la campana de la Catedral de Santa Prisca en un Domingo de Ramos, e imagino que es lo mismo que experimentó el vagabundo que aparece en la imagen. ¿La diferencia? Los polecías y militares en la foto parecen respetuosos de la resaca del indigente, mientras mi tía subió a mi cuarto con siete kilos de besos, perfume frutal y un plato de hot cakes. Esto debe ser delito punible por ley en países desarrollados.
Pero lo más sorprendente, lo digno de Most Shocking Videos, es que la única reacción del personaje citado fue tallarse la pantorrilla derecha con las garras (no uñas) del pie izquierdo, proferir un discreto gruñido y cambiar la mano derecha de posición.
Bendito Tonayita, mezcal barato de los buenos sueños y despertares… Y yo sufriendo el Efecto Murciélago de Bacardi.
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