jueves, 29 de septiembre de 2011

Échate unos escaloncitos...


Mi tía Chayo, sabia como todas las tías Chayos, alguna vez sentenció una frase reflexiva de una enorme profundidad ontológica: “De bajada, hasta las calabazas ruedan”. Ciertamente ella sabe de esto, lo supongo a partir de su cuerpecito de calabaza de Jalogüín.
Varios años después tuve la oportunidad de confirmar esa Verdad Absoluta, pues fuimos invitados a Jocotitlán, pueblito de Peña Niet… del Estado de México; el recorrido turístico de 15 minutos incluyó una trepada casi a rappel para conocer “El Cristo de Joco”, que es como el de Corcobado, pero versión llavero.
¿Ya vieron las escaleras? No es de Dios; fue necesario un tanque de oxígeno, siete cuerdas y dos guías himalayos para lograr el reto, lo peor es que, ya al pie del monumento y después de cinco “no vuelvo a fumar”, pasó muy fresco un samaritano en su vocho junto a nosotros y amablemente comentó “hay vereda para subir con el coche”.
Mientras gozábamos la panorámica del "bello pueblito" (o sea, mientras recuperábamos el aire), notamos que los 2,194,378 escalones tenían grafiteos de las bandas del barrio, manifestaciones culturales de alto contenido artístico. Algunos los llaman “pintarrajeos”.
Pregunta: ¿Cómo le hacen estos vatos para tener pulso y escribir su nombre después de un ascenso casi en vertical? De acuerdo, estoy exagerando, pero no es necesario un suplicio así, los pueblos civilizados usan funiculares.
Ya de bajada fue diferente, confirmé que “hasta las calabazas ruedan”.

viernes, 23 de septiembre de 2011

Pie Grande es militar


En un desfile militar del 16 de septiembre se ven cosas raras…
Siempre pensé que Sasquatch, o sea, Pie Grande, era parte del imaginario colectivo para darle sentido a sus vidas, pero aquí está la prueba, ¡no nada más existe, sino que forma parte de la élite de contención de nuestro ejército! La verdad, me siento más protegido, ¿por qué no lo mandan a Ciudad Victoria a meterle un pinche susto a los narcos?
Pero algo no encajaba. El personaje mitológico que yo conocía no se ayudaba del antebrazo de un sardo para subir a un camión de la Sedena, tampoco posaba con las cuericarnosas que caminaban por las inmediaciones ni cargaba a sus sobrinos para la foto. Pie Grande no se deja fotografiar, huye de la gente y come ñúes.
Me clavé después en los rostros del resto del pelotón y del alma me salió un “Ay, wey, se parecen al ‘Sargento’ de El Infierno, la película del Cochiloco”.
Honor a quien honor merece: Muchos cabos rasos del ejército son honestos y hasta se revientan dos días de acuartelamiento para luego desfilar bajo el sol siete horas, mientras la familia les toma fotos.
Horror a quien horror merece: En el ejército no se pueden permitir hacer casting… y se nota. Tampoco ayuda su humor de tabasqueña perredista y asoleada (dicho por un amigo choco, que conste) ni su bajo sueldo por un trabajo desgastante.
En fin, que me quedo con la idea de que capté a un Sasquatch urbano, uno que metió sus pies de tamal en agua con sal después del desfile.

viernes, 16 de septiembre de 2011

Arco iris en agua de jamaica


El arco iris se me había aparecido en una playa, en el parabrisas del auto –todavía no puedo explicármelo-, incluso en una bandera frente a un bar gay… ¿pero en una fuente de agua roja?
En la colonia Roma, cualquier excéntrico artista pudo haber traído agua del mismísimo Mar Rojo, pero no parecía ser el caso. Andaba de simple y nomás pensé que la señora de las quecas de la esquina tiró el sobrante de su vitrolero, agua de jamaica un tanto ácida, en donde mejor le pareció: La fuente. El sol pegó con un angulaje exacto y yo pasé sin querer en el momento ideal para tomar la foto.
A veces, sólo a veces, imagino que soy el único que presencia estas pequeñas cosas (de qué tamaño será mi egocentrismo), y es que eran las diez de la madrugada de un miércoles, momento en el que decenas de perros gustan de pasear a sus amos mientras los que no tienen mascota salen a exhibir su personalidad en un cafetín aledaño; y nadie parecía advertir que la fuente se estaba desangrando. Bueno, sólo uno: El teporocho del barrio, tipo alto, encorvado, de pies lastimados y mirada de “En este momento no me encuentro, por favor deja tu mensaje”.
En una última reflexión, porque el arco iris duró siete minutos, pensé que ese fenómeno natural era light, una “versión para smart phone” de los arco irises originales, que se ponen en el horizonte hasta que se les da la gana, como sindicato electricista en el zócalo.
Dejé el lugar medianamente alegre, pero con una pregunta que todavía me despierta a las tres de la madrugada con sudor en la pijama: ¿Deveras habrá sido agua de jamaica?

martes, 6 de septiembre de 2011

Viaje intergaláctico sin yerbita


Muchos necesitan vivir en una galaxia lejana y ser parte de una tropa rebelde para hacer un viaje en una nave espacial de asalto, yo nomás tuve que caminar por Reforma una tarde y mirar para arriba. Sin muva de por medio y sin golosinas alucinógenas.
Quise pensarme como un atractivo guerrero sideral apiñonado, sudado y con uniforme pegadito, pero mis capacidades estéticas me hicieron sentir más como Chewbacca. De cualquier modo, imaginé a partir de la foto que me encontraba en el puesto de mando y que mi misión era salvar al mundo por 18ava ocasión (4 de Will Smith, 3 de Bruce Willis, varias de Estar Guars y creo que hasta al perro Beethoven le tenemos que agradecer). Claro, había un archienemigo, y como la fantasía era mía, la dictadora del universo era Elba Esther o mi maestra de primaria, a la que sigo recordando por su rigor académico.
En eso supuse: “Si yo soy la única esperanza de la humanidad, comandante en jefe de esta nave y un corsario estelar respetado y temido… ¿por qué no detenerme unos minutos a disfrutar del escenario?”. El azul del fondo es francamente atractivo, me recordó algunas obras de Chagall o de Juan Gris, quizá hasta podría parecer la vista como una de las abstracciones pictóricas de Edmundo O’Gorman…
Un claxón sonó en las inmediaciones y me sentí apenado porque un general intergaláctico no se anda con “suavidades”, no camina plácidamente por una avenida ni se compra unas papas de carrito con harta Valentina.
En fin, que dejé mis sueños de libertador para otro día, tomé la foto y regresé a casa con la despensa que me encargó mi novia.