En un desfile militar del 16 de septiembre se ven cosas raras…
Siempre pensé que Sasquatch, o sea, Pie Grande, era parte del imaginario colectivo para darle sentido a sus vidas, pero aquí está la prueba, ¡no nada más existe, sino que forma parte de la élite de contención de nuestro ejército! La verdad, me siento más protegido, ¿por qué no lo mandan a Ciudad Victoria a meterle un pinche susto a los narcos?
Pero algo no encajaba. El personaje mitológico que yo conocía no se ayudaba del antebrazo de un sardo para subir a un camión de la Sedena, tampoco posaba con las cuericarnosas que caminaban por las inmediaciones ni cargaba a sus sobrinos para la foto. Pie Grande no se deja fotografiar, huye de la gente y come ñúes.
Me clavé después en los rostros del resto del pelotón y del alma me salió un “Ay, wey, se parecen al ‘Sargento’ de El Infierno, la película del Cochiloco”.
Honor a quien honor merece: Muchos cabos rasos del ejército son honestos y hasta se revientan dos días de acuartelamiento para luego desfilar bajo el sol siete horas, mientras la familia les toma fotos.
Horror a quien horror merece: En el ejército no se pueden permitir hacer casting… y se nota. Tampoco ayuda su humor de tabasqueña perredista y asoleada (dicho por un amigo choco, que conste) ni su bajo sueldo por un trabajo desgastante.
En fin, que me quedo con la idea de que capté a un Sasquatch urbano, uno que metió sus pies de tamal en agua con sal después del desfile.
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