Muchos necesitan vivir en una galaxia lejana y ser parte de una tropa rebelde para hacer un viaje en una nave espacial de asalto, yo nomás tuve que caminar por Reforma una tarde y mirar para arriba. Sin muva de por medio y sin golosinas alucinógenas.
Quise pensarme como un atractivo guerrero sideral apiñonado, sudado y con uniforme pegadito, pero mis capacidades estéticas me hicieron sentir más como Chewbacca. De cualquier modo, imaginé a partir de la foto que me encontraba en el puesto de mando y que mi misión era salvar al mundo por 18ava ocasión (4 de Will Smith, 3 de Bruce Willis, varias de Estar Guars y creo que hasta al perro Beethoven le tenemos que agradecer). Claro, había un archienemigo, y como la fantasía era mía, la dictadora del universo era Elba Esther o mi maestra de primaria, a la que sigo recordando por su rigor académico.
En eso supuse: “Si yo soy la única esperanza de la humanidad, comandante en jefe de esta nave y un corsario estelar respetado y temido… ¿por qué no detenerme unos minutos a disfrutar del escenario?”. El azul del fondo es francamente atractivo, me recordó algunas obras de Chagall o de Juan Gris, quizá hasta podría parecer la vista como una de las abstracciones pictóricas de Edmundo O’Gorman…
Un claxón sonó en las inmediaciones y me sentí apenado porque un general intergaláctico no se anda con “suavidades”, no camina plácidamente por una avenida ni se compra unas papas de carrito con harta Valentina.
En fin, que dejé mis sueños de libertador para otro día, tomé la foto y regresé a casa con la despensa que me encargó mi novia.
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