Uno piensa en el Desierto de los Leones y ¿qué imagina? Quesadillas de papa con chorizo, tacos de cecina enchilada y bodas de parejas adineradas en el Ex Convento. ¿Cómo esperar que un escenario parecido al de El Aro puede yacer en un sitio tan espiritual?
Al recorrer los pasillos de por sí místicos –habitaciones de monjes que vivieron y murieron en las inmediaciones-, es fácil localizar un laberinto subterráneo que lleva al desagüe, pero que ofrece esta imagen parecida a la ventanita de cualquier sala de interrogación de la PGJ.
Seguramente los clérigos de hace 150 años, que carecían de películas tipo Jigsaw u Hostal y que no tenían que temerle a judiciales michoacanos, diputados o narcos; tenían pensamientos más vírgenes y prístinos, por lo que correteaban sin miedos por estos oscuros pasillos. Es posible que la virginidad se les olvidara si iban en pareja, pero esa es otra historia.
Decía; en este espacio hace frío, pero frío de vivos; se percibe un acurrucante y tímido aroma a moho y a tierra, las paredes de piedra evocan paz… Pero el elemento que francamente saca de pedo es la ventanita a mitad del pasillo principal; es como estar a punto de morir por una infección provocada por cenar pambazos con salsa Tabasco: Todo es negrura, sólo se vislumbra una luz al fondo que te invita a soltarte todito, dejar que tus 21 gramos fluyan hacia el infinito.
Se te olvidaba las rosas rojas que aparecieron de repente en una de las tumbas y como contrastaban con blanco y negro del cementerio... Deberíamos volver.
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