Habemos algunos a los que hasta la rectitud nos sale chueca, pero al arquitecto de este edificio le salieron chulas de bonitas las escaleras (no quiero imaginar cómo acomoda sus sopas Maruchan en la alacena).
Dudo que él haya pensado que un tarado como yo se iba a parar en el lobby a mirar hacia arriba y eso es lo más sorprendente: La cuadrícula visual de su edificación tiene rincones que me recuerdan a Rothko, a Mondrian y al constructivismo ruso en general.
A los moradores del lugar, enclavado en la colonia Condesa, les debe importar un chayote hervido todo lo anterior, imagino que les gustó más el barrio -y el estatus inherente-… ¿cómo ponen sus bicicletas retro de 70 mil pesos debajo de la escalera? ¿Por qué cuelgan sus sillas de bebé hipertecnológicas –parecen exosqueletons- del barandal? Vaya, ¿por qué bajan un piso por el elevador, teniendo frente a ellos la belleza simétrica que se mira en la foto?
Como dice Juan José Millás, todo son preguntas.
Lo peor de todo es que es imposible, para un simple mortal visitante, quedarse baboseando unos minutos al pie de la escalera, porque el guarródromo está al lado del lobby y de inmediato se presenta la pregunta incómoda, segregacionista: “¿A quién busca?”
Me encantaría poder responder “A nadie, lo más valioso de este lugar son las escaleras”.
Cierto, digno de Goeritz pero también me recordó a un caleidoscopio... Chueca, rara. Es en Amsterdam, ¿verdad? -la calle-
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