Que quede claro: Yo no me sorprendí por el tamaño de Poncho, el más inmenso Gran Danés visto, sino porque su dueño, un amigo mío, es tan pendejo o tan macho que le metió la mitad de la cabeza a su hocico.
Evidentemente, yo tenía que documentarlo.
Algunos hombres extremos se atreven a cruzar la ciudad de México en viernes de quincena con lluvia y a las 7 de la noche, otros se atreven a interpelar a Elba Esther Gordillo en público… pero los más inconscientes tienen en su casa animalitos como éste. Es una bestia (me refiero a Joselo, mi amigo). Poncho falleció ya – que Cancerbero lo tenga en su santa gloria-, pero la bestia (me sigo refiriendo a Joselo) adoptó a Barak, otro perro de la misma raza, pero más cabrón.
Poncho era sumamente delicado, comprensivo y entendido; obedecía las órdenes de su dueño a pesar de que éste pesa 49 kilos, pero tenía un lado oscuro, un desquicio: Las bolitas de plástico que envuelven a los aparatos electrónicos y que todos tronamos.
Un día de cervezas, Joselo tuvo la ocurrencia de aventarme un pedazo grande de bolitas de plástico y Poncho me miró fijamente. Dobló sus patas delanteras. Ladró. Desde entonces sé lo que es el pavor a los perros.
Espero que esta foto de celular sea prueba más que fiel de que la vida está llena de preguntas: ¿Cómo puede una bestia (Joselo) dominar a otra bestia (Poncho)? ¿Cómo puede un perro tan cabrón ser tan dócil (me refiero a Poncho)? ¿De qué están hechos nuestros miedos?
Tuve que tapar la foto de Poncho para leer tu texto, me hizo chillar otra vez!
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