martes, 15 de marzo de 2011

Estacionamiento "esclusivo"

Algún día, dentro de 500 años, un explorador encontrará este poste enterrado y se maravillará después de estudiarlo; imaginará que nuestra cultura fue tan desarrollada que dejó detrás la ortografía.

Exclusivo, “esclusivo”, ¿qué más da? Alguna vez un compañero de universidad comentó, con una visión de sabio, “la ortografía es mera vanidad”. Y sí, al final del día, las reglas de la escritura se han convertido en una herramienta que se usa a discreción, de manera espontánea y casual como la justicia, la moral, la doble fila o la moda al vestir. O sea, bajo la regla inviolable del “asegún”.

Nuestros predecesores quedarán impactados, jamás sabrán como aprendimos a distinguir un “haré” de un “aré”, de qué manera diferenciamos el “si no” del “sino” o cuál fue nuestra clave para determinar que un “ira” no es rabia desenfrenada, sino un “mira” evolucionado.

Lo mejor de todo es que los libros respetuosos del idioma y sus avatares serán vistos como obras paganas, disidentes, producto de mentes constipadas que nunca vieron la luz del conocimiento, “esclusiva” de una casta compuesta por el 95 por ciento de la población.

Finalmente, el investigador mencionado notará, a partir de la imagen, que nuestra escritura era de izquierda a derecha y de arriba para abajo con una inclinación campechana, sabrosa, al gusto del que escribe. ¿Para qué las líneas, por qué tantas ataduras, por qué escribir sobre el horizonte? ¿Para qué ordenar las ideas, si podemos vomitarlas?

Ojalá nos jusguen con buena mano las generasiones venideras.

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