jueves, 3 de marzo de 2011

Piel de burro... en un rino

Tener piel de burro es un padecimiento difícil si se es mujer, pero… ¿será lo mismo entre rinocerontes, la pasarán mal? ¿Cuánta crema necesitará una hembra de esta especie para lucir una epidermis envidiable?

Algunos afortunados animales están protegidos por plumas o pelambre, pero otros tienen que apechugar, hacerse los fuertes cuando son sacados a retozar a mediodía mientras el personal del zoológico limpia los 20 o 25 kilos de excremento, pues en la noche se pararon al baño.

La suerte no ha sido generosa con los rinocerontes: Su cuerpo es pesado y gasta mucha energía –como cualquier sindicato mexicano-, su complexión les impide acostarse y levantarse con ligereza y, para colmo, no tienen deditos gráciles para embadurnarse de crema o bloqueador entre sus rincones y grietas. En resumen, están jodidos.

La de la foto parece ser una muchacha casamentera y despreocupada; se le ha quedado marcada la línea del bikini por la asoleada del día anterior y ni así se procura la protección de los árboles, lo peor de todo es que su bronceado no fue parejo, que su cuello se arruga y no va a poder usar topcito y que su trasero le quedará, definitivamente, sin pigmentación.

Casi lo mismo pasa con los burros, siempre bajo el sol, pero ellos deslomándose, trabajando y sin prestaciones por no ser especie privilegiada. Es lo mismo que un trabajador de la construcción y un banquero: Mismo sol, mismas piel curtida… pero en circunstancias diferentes.

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