Ahí estaba yo, en el piso 16 de Reforma 222, comportándome como turista de “La Risa en Vacaciones”. Tenía que sacar la forzosa foto de la avenida, namás que rapidito, porque los de seguridad del corporativo son como guarros de Luis Miguel y no dejan sacar la cámara.
En la imagen aparece el edificio de la Bolsa de Valores, entonces me pregunté… ¿de veras hay valores ahí, honestidad, lealtad, ética? ¿Será que ahí se reflexionan epistemas ontológicos, se presentan serias disertaciones filosóficas? No, creo que, tristemente, se trata de los otros “valores”, de los menos importantes.
Parece, a juzgar por el salvaje brillo emitido, que algo estaba pasando; imaginé que podía ser un mutante de X-Men jugando escondidillas, un rayo destructor de algún dios justiciero que no cree en el dinero, o bien, un corredor de bolsa transformándose en oro, su sueño de opio.
Pero lo que en realidad me gustó es que, gracias a un efecto visual, la edificación aledaña (el servilletero gigante) se nota traslúcida, parece estar desapareciendo por la vergüenza de compartir la manzana con una instalación tan indigna como la mencionada, que más que bolsa es una “Bola” de valores.
Para tranquilidad de clavados como yo, una palma es la que adorna la glorieta, aunque estoy seguro de que los accionistas ya han pensado cambiarla por un enorme signo de pesos o la réplica en miniatura del hotel Burj Al Arab que les recuerde lo poderoso que es ese caballero, Don Dinero.
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