Muchos trovadores, librepensadores y amantes de la Nueva Torta Cubana han intentado aprisionar a la luna y los simbolismos que la acompañan; yo lo logré con una mugre foto de celular. Ahí está, pequeña, quietita y en medio de la nada, como coqueteándome a lo lejos e ignorando a ésos que le han declarado su bohemio amor.
Adorar a la luna es fácil en una comedia romántica del cine porque ahí se evitan los cables de Telmex y los tubos del boiler, sin embargo nosotros, los simples mortales, también podemos voltear para arriba a mirarla un rato porque ella pa’bajo no sabe mirar.
A mí la luna bonita y poética de calendarios me viene guanga, pero ésta me robó unos minutos debido a su discreto tamaño -me imaginé diciendo “¿Me da una luna talla 6?”-, a que el sol aún parece brillar todavía mientras atardece y a que yo no la estaba buscando, simplemente la encontré de la forma más pendeja mientras volteaba hacia arriba para asegurarme que no llovería ese día. Ahí estaba, pequeña, quietita y en medio de la nada.
¿Ven que siempre estamos fastidiando con aquello de “la otra cara de la luna” y metaforizando al respecto? Pues yo me quedo con este lado, el casual, el que no es pretencioso porque aparece entre cuatro paredes blancas y medio mugrientas.