Aquellos que sufrimos de pesadillas frecuentes no dejamos de despertar sudando –y es neto-, experimentar taquicardia, abrazar a la novia –recomiendo esto como pretexto- y… llegar a disfrutarlas. A la novia y a las pesadillas.
El monumento de esta foto es inofensivo a pleno sol, incluso “engalana” (verbo de viejitos) el frente del Palacio de Bellas Artes, pero con esta luz y desde este ángulo, es francamente espantoso. La imagen pudo haber sido una litografía de Doré, el ilustrador de La Divina Comedia, o un cuadro en el cuarto de TV de Freddy Krueger.
Chequen por favor la crín y dientes del caballo, así como la cabellera de la damisela que parece intentar domarlo, ¿no se imaginan que es una bestia maligna a la que de pronto están por crecerle patas de pollo y rostro de arpía? ¿Nooo? Pues yo sí; quizás sea el efecto de pensar pesadilla.
Según los especialistas en males del sueño, este tipo de alucines son la proyección de miedos profundos y traumas perrones que buscan imágenes sin carga emocional (Ortega y Gasset le llamó catexia a este fenómeno) para dotarlas de ella, lo que me queda claro, por lo pronto, es que tengo que dejar de cenar Gansitos con salsa Tabasco o no tomar fotos de monumentos en días nublados.
Amo que tengamos tantas cosas en común... hasta las pesadillas! Aunque debo confesar que en mi caso pocas veces son agradables, no está padre que los gallos te picoteen las manos, los koalas te entierren sus garras en la espalda y ser acechada por lobos, tigres, panteras, perros y demases. I love u.
ResponderEliminar