Espero que hayan jugado Silent Hill, un videojuego espeluznante que provoca el mismo terror que las declaraciones de Sandoval Iñiguez.
Hace unos años, salí de mi casa a las 6 de la madrugada rumbo a una cita y… sucedió esto. Neblina muy baja, aguanieve, estática en el radio, penumbra. No sé cómo, pero dejé detrás las calles de Satélite y entré a la avenida principal de Silent Hill.
La desquiciante sirena de alarma del videojuego sonó en mi cabeza y me imaginé en el Hospital Alchemilla, quitándome de encima a una enfermera sin rostro y con un bisturí ensangrentado en la mano. Pero en el mundo real, el terror fue mayor: El desquiciante sonido de claxon de 23 autos detrás de mí me urgía a moverme y me imaginé en una calle bloqueada por manifestantes de Antorcha Popular, quitándome de encima a un lidercillo político con rostro colérico gritando consignas y con una papeleta antigobierno entintada en la mano.
Me concentré y miré al frente esperando que la pesadilla se desvaneciera. Lo logré, de pronto estaba de nuevo en Silent Hill, buscando a una hija imaginaria perdida después de un choque en un mundo horroroso de monstruos nacidos de pedacería humana.
Desde ese día siento que el submundo aparecerá en cualquier momento, que cerrarán Reforma para un concierto de Marc Anthony o que Los Barzonistas tomarán el primer cuadro de la ciudad, pero cuando eso pasa, prendo el Play Station y me refugio en el terror inexistente.
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